“Con la sobreactuación caritativa no alcanza” por Guadalupe Treibel

 Con Mary E. Hunt

Posted originally on Damiselas en Apuros.

La reconocida teóloga y filósofa feminista norteamericana Mary E. Hunt, fundadora y directora de Women’s Alliance for Theology, Ethics and Ritual (WATER), explica a Damiselas qué pasa con la Iglesia y las mujeres y analiza cómo será el mandato de Jorge Bergoglio para las políticas de –verdadera– inclusión y cambio social. 

Por Guadalupe Treibel
Cual politeísmo bien aceitado, el país pide ídolos de cualquier tipo y pelaje, y adora indiscriminadamente una gambeta, una monarquía, un patriarcado. Qué misericordiosa la argentinidad, orgullosa de que tal use sandalias sin bling bling y trajecitos sacerdotales sin diseño de lujo, de que pida por la humildad, de que bese (¡y abrace!) a feligreses enfilados, de que lave los pies de los menores encarcelados. Pero, ¿ahora qué pasa? Mejor dicho, ¿pasa algo? Porque más allá de las minucias cotidianas (que el diariero, que el subte, que el arrodillarse y recibir a fulano, mengano y perengano), el otrora Bergoglio y hoy Francisco a secas termina de entronizarse en una institución eternamente patriarcal que, en su afán de boys club, al propio Cristo ha desatendido por los siglos de los siglos. ¿Amén a que las señoritas ocupen quintas o sextas filas? ¿Al destierro celestial de quienes atinen a ordenarlas? ¿A la legislación moral del cuerpo femenino? ¿A la inferiorización permanente de la mujer, más necesaria para hacer de santita, enjuagar el copón o limpiar la sacristía que para ser parte equitativa del auténtico ejército de salvación? ¿Alguien puede creer que el buenazo de Bergoglio modificará la irregular situación de hecho que el Vaticano preserva y alienta desde siempre?De estas y otras cuestiones habla con Damiselas en Apuros Mary E. Hunt, feminista, teóloga y doctora en Filosofía, que –de décadas a la fecha– viene promoviendo el uso de valores religiosos feministas para hacer el cambio social. Fundadora y directora de Women’s Alliance for Theology, Ethics and Ritual (WATER), con sede en Maryland, Estados Unidos, activista católica pro-aborto, dueña de aplaudidos papers en la materia, Hunt tiene todas las credenciales en orden: un máster en Divinidad de la escuela Jesuita de Teología en Berkeley, un máster en Estudios Teológicos de la Harvard Divinity School y una bandera personal que dice: es tiempo de democratizar la Iglesia. ¿Será…?
Hace varios meses, adelantaste que el próximo Papa sería latinoamericano. En tu opinión, ¿qué clase de intereses representa esta elección? 
La elección de un Papa latinoamericano y jesuita ha sido una sorpresa para el mundo, pero no cambia de manera fundamental la estructura jerárquica de la Iglesia Católica Romana. Tampoco borra las políticas y teologías que retratan a la mujer como un ser inferior, que cuestionan la salvación de quienes están por fuera de la iglesia, que menosprecian la homosexualidad. Es fácil distraerse con la supuesta vida sencilla del nuevo Papa y olvidar las implicaciones que sus ideas tienen. Porque aun cuando cambiar las condiciones que vuelven a la gente pobre es una prioridad moral global, la ruta para alcanzar la meta es a través de la igualdad y la justicia, no con gestos públicos de caridad.
¿Creés posible que Francisco incorpore cambios de cierta radicalidad durante su mandato?
Va a haber cambios. Cuáles serán, está por verse. Sospecho que veremos un mayor énfasis en las políticas económicas macro que impactan en la gente que ha empobrecido el capitalismo global. Deduzco, además, que se le prestará mucha atención a los actos de caridad. Ahora bien, dudo que se haga justicia respecto a los derechos reproductivos de las mujeres, que se acepten como iguales a quienes aman a gente del mismo sexo y se admita su derecho al casamiento tanto en el orden civil como el sacramental, o que haya una apertura de toda la iglesia a una forma democrática de funcionamiento. Me temo que las medidas serán de medias tintas –como abrir el diaconado a mujeres, manteniéndolas en su habitual rol de servicio– y eso es precisamente lo que no necesitamos.

En un artículo del diario El País, decías que lo que te interesa es “acabar con el papado y otros de sus símbolos en favor de un modelo de Iglesia más democrático y participativo”. ¿Es una mera expresión de deseo o algo que, en efecto, podría ocurrir en una religión tan conservadora como la católica? 
De momento, es sólo una ilusión. Pero el punto es que la estructura de la iglesia puede ser tan flexible y cambiante como lo sea la imaginación de aquellos al poder. Por lo tanto, un siguiente paso clave sería capacitar y empoderar a la gente de las comunidades de base y de las parroquias para que intervengan como asamblea internacional, fomentando la participación en cada nivel. De lo contrario, los cambios cosméticos pueden adormecer a las personas y hacerles creer que las cosas están cambiando cuando, en realidad, no es así.

Resulta inexplicable que, aun cuando se les asignen roles tan secundarios como los de monjas, secretarias o catequistas, las mujeres todavía sigan dispuestas a participar de la monarquía misógina y exclusivista que es la iglesia… 
Sí, es extraño que las mujeres acepten roles subordinados o, para el caso, cualquier papel menor circunscripto para ellas por los eclesiásticos patriarcales. Por eso creo que es crucial que cuestionen seriamente la estructura canóniga antes de asumir esos lugares, y que retengan el dinero que está dispuesto al control de la institución. Por ejemplo: en Estados Unidos, si uno dona unos billetes a la parroquia local, un cierto porcentaje va a la diócesis para uso común. Aunque, a priori, parece una buena idea, en la realidad esto significa que los mismos feligreses están pagando para resolver casos de abuso sexual y apoyar estructuras que oprimen a las mujeres. No tienen poder de decisión sobre cómo se usa su dinero. La cuestión de base es el poder; y es necesario que el poder sea compartido. Hasta que eso ocurra, siempre sugiero que la gente redirija sus donaciones a otros grupos religiosos o seculares que sí hacen buenas obras.

¿Encontraste pasajes concretos en la Biblia que menosprecien el lugar de la mujer, como lo ha hecho la institución durante siglos? 
Dejo los detalles a los estudiosos de la Biblia, pero la respuesta corta sería: no. La forma en que los pasajes bíblicos se han traducido y han sido apropiados hace toda la diferencia. A mi juicio, es evidente que algunos pasajes ya no son útiles, mientras que otros necesitan ser enfatizadas –como el mensaje de amor de los Evangelios– y un tercer grupo –que ha sido marginalizado por tantísimo tiempo, como es el caso de las mujeres– debe estar en el centro de la escena.

En más de una ocasión, has comentado que la religión tiene gran poder sobre la sociedad de hoy en día. Sin embargo, el catolicismo pierde feligresía, cada vez hay menos vocaciones. Así y todo, ¿dirías que la Iglesia todavía goza de buena salud?
La Iglesia Católica Apostólica Romana está atravesando uno de sus más débiles y bajos momentos en sus 2000 años de historia. En gran parte, esto se debe a las heridas autoinfringidas por los casos de pedofilia y el encubrimiento episcopal, por los vicios financieros, por la falta de trasparencia de las curias diocesanas y la pontificia y por la exclusión de grupos enteros de gente (mujeres, homosexuales, divorciados y vueltos a casar, etcétera) que la enriquecerían y renovarían su credibilidad. Hasta que eso no se modifique, no espero mejorías en su perfil público, sin importar cuán humilde y pastoral el Sumo Pontífice aparente ser. De todas formas, hay que decir que la comunidad católica está compuesta por millones de personas con buena voluntad que perduran como un foco de esperanza y luz para mucha gente que la necesita. Le deseo a esa comunidad muchos éxitos.

Existe la creencia generalizada de que las feministas adscriben al ateísmo, en tanto la mayor parte de las religiones no reconocen derechos como la anticoncepción o el aborto. ¿Creés que es posible que ambas perspectivas –la religiosidad y el feminismo– convivan? 
Por supuesto. Muchas religiones, incluyendo ciertas alas progresistas del Protestantismo y el Judaísmo fomentan una elección reproductiva responsable (incluso el aborto, de ser necesario). Lo mismo ocurre con muchos católicos, como el excelente grupo Catholics for Choice (CFC), que tiene muchas hermanas en América Latina. Yo misma participé de la junta directiva del CFC por más de una década en los 80. Es una agrupación que respeto muchísimo y gracias a la cual aún conservo fuertes vínculos con sus integrantes de Brasil, Argentina o México. Las feministas creyentes pro-choice están a la vanguardia de los esfuerzos públicos y globales –por ejemplo, en las Naciones Unidas– que buscan consensuar los derechos reproductivos como parte de un programa más amplio de derechos humanos.

¿Llegará el momento en que las mujeres puedan ordenarse como sacerdotisas poniendo fin a siglos de jerarquía compuesta, en su mayoría, por hombres blancos? De ser así, ¿eso traería una solución de base a la situación de desigualdad? 
Ya hay mujeres que pueden ordenarse como sacerdotes y lo han logrado gracias al movimiento Roman Catholic Women Priests (RCWP) y otros grupos que claman volver a las raíces católicas e incluir el género femenino. Sin embargo, creo que el problema patriarcal del catolicismo está conectado a la división entre clero y laicos. Es más importante deshacerse de la ordenación clerical que incluir a las mujeres en él. Comprendo que otra gente vea como un avance hacia la igualdad el hecho de que personas casadas y mujeres se adscriban al sacerdocio, pero –en mi opinión– se pierde una oportunidad mayor: rechazar un sistema de dos niveles y reemplazarlo por un modelo horizontal en el que la gente se involucre en los ministerios acorde a sus habilidades.

Decís que hay sacerdotisas, pero en 2007 la Congregatio pro Doctrina Fidei, del Vaticano, decretó la penalidad de excomunión automática para cualquiera que intentara conferir el sagrado orden a una mujer y para la mujer que lo recibiese y, en el 2010, bajo el título Normae de Gravioribus Delictis, Benedicto XVI incluyó la ordenación sacerdotal de las mujeres entre los delitos más graves que pudieran cometer los eclesiásticos, por mencionar algunos ejemplos. ¿No dirías que hay un cierto ensañamiento?
Es fácil hacer de la mujer un chivo expiatorio y usarla para distraer la atención de los casos de abuso sexual que han cambiado la cara de la iglesia católica, que ha dejado de ser una organización de beneficencia confiable para convertirse en un régimen evidentemente corrupto. Aunque jamás diría que las mujeres están absolutamente libres de culpa, el hecho es que ninguna ha tenido poder de decisión en las décadas en que estos casos se multiplicaron; sin embargo, la investigación contra religiosas en Estados Unidos y las acciones contra la U.S. Leadership Conference of Women Religious son ataques descarados contra su integridad.